“Yo le llamo arte a todo aquello que de alguna manera nos devuelve la vida”
Elena Poe
El hombre y su eterna idealización de la felicidad ignorante ha hecho que busque a toda costa evadir la realidad en la que vive; nos escondemos detrás de máscaras y monitores perdiendo nuestra esencia y transformándonos en la versión que queremos llegar a ser sin abrazar aquella en la que habitamos. Solo el arte, me atrevo a decirlo, es capaz de desnudarnos y dejar a la intemperie la verdad innegable del ser humano: nunca dejamos de sentir emociones.
La tristeza es, quizás, la más incomprendida de todas ellas. ¿Cómo damos sentido al vacío que sentimos dentro? No somos capaces de cuantificarlo, de obtener una fórmula exacta que nos permita aliviarlo, pero lo sentimos tanto que somos incapaces de vivir sin verlo, y por eso creamos, para tratar de explicarlo. ¿Cuántos libros no han logrado describir la decepción entre sus versos? ¿Cuántas canciones no se han compuesto al ritmo de la soledad? ¿Cuántas pinturas no han buscado capturar el dolor en la mirada de sus inquilinos? El arte estruja el corazón del hombre para poder existir, por ello nos asusta tanto ceder al consuelo de sus brazos, porque es ahí en donde nos encontramos. No se trata solo de técnica y talento, es también dejar el alma sobre el papel, el lienzo, la piedra o el aire; se trata de sentir, pero estamos huyendo del arte sin darnos cuenta de que no podemos sin hacerlo también de nosotros mismos. E incluso entonces, ya perdidos, el arte es el único capaz de salvarnos.
Nunca sabremos con cuanta anticipación Hemingway se hubiera volado los sesos sin convertir su depresión en literatura, ni cuantos miembros se cortaría Van Gogh en nombre del amor sin pintar su demencia en La Noche Estrellada. No pretendo romantizar la tristeza y ensayar sobre cómo el arte es incapaz de existir sin ella, ante todo, nuestra especie ha encontrado en sus formas una manera de lidiar con lo que no puede expresar. Me han roto el corazón más veces de las que puedo contar, pero me reconforta pensar que no tardo en llegar al número de rupturas de las que le costó a García Márquez ganar el Premio Nobel. Si bien es cierto que convertir la tristeza en combustible para la inspiración no es la receta del éxito como artista, no hay mejor manera de dar paso a la transformación. Y no hay nada más humano que renacer, aprender de las cenizas que nos deja la vida y encender nuevamente su fuego.
El arte es un espejo, pero el hombre, al temer lo que desconoce, teme a sí mismo y a los sentimientos que pueda evocar en él su creación; no se permite ser vulnerable. Pensemos en Guillermo del Toro, uno de los más grandes exponentes del séptimo arte en la actualidad: el miedo, la tristeza o el dolor son emociones latentes en sus películas, pero la imagen visual que estas han adquirido son las de monstruos, criaturas sobrenaturales que resultan, en esencia, tan humanas como nosotros; él ha hecho de la guerra un fauno y del amor un hombre anfibio, dándonos así su propia visión del mundo a través del cine. En sus propias palabras:
“…porque los monstruos, creo, son los santos patronos de nuestra dichosa imperfección. Y permiten y encarnan la posibilidad de fallar y vivir”
Encarnar, eso hace el arte, cada una de nuestras creaciones. No podemos renunciar a nuestra esencia, pero siempre podemos transformarla en una declaración de existencia. Dejar de buscar lo estético y apostar por lo creativo, lo único, lo colectivo es, a mi consideración, la manera más auténtica de crear. Es entonces cuando la tristeza deja de ser un exceso de nosotros mismos y al compartirla, es entendida; es por ello necesario voltear a ver otras realidades que nos conduzcan a la empatía. Necesitamos decir quienes somos y ser honestos con ello: nuestras palabras son el registro del tiempo que, inevitablemente, jamás se detiene. Contar nuestro dolor a quienes están perdidos para que ellos se miren a través de nuestros ojos y se sientan comprendidos. El arte es una declaración de irrenunciable compañía, un reflejo de la más pura humanidad contenida
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